Decidimos, como pocas veces, llevar una guía en mano en vez del diario local, tomar aire de turistas y disfrutar de la ciudad.

La primera cosa fue sentarnos en la plaza principal y quedarnos sin palabras mirando el frente del duomo-catedral, la más importante obra gótica del centro de Italia, con menos historia de la ciudad, pero con más de 700 años. Al entrar y sentirme en una iglesia tan imponente me preguntaba si el tamaño era decidido en base a los fieles o solo para denotar grandeza, ya que no me imaginaba que un lugar así haya estado al completo alguna vez (no pude encontrar las dimensiones).


Después del segundo giro, Max se paró de frente a una trattoria etrusca que proponía platos típicos umbros a los que parecía imposible renunciar... (ya en Italia es difícil negarse al placer de la comida, pero sobre todo en Sicilia, Toscana e Umbria, uno puede perder hasta el sentido). Entramos dejando mis paninis en la mochila para la noche.
Mientras perdíamos tiempo con nuestros platos de pappardelle alla lepre e agnellino al pomodoro e vino rosso, nos reíamos de 4 norteamericanos que parecían gozar de cada bocado como nunca en la vida (segun Max, en USA, estos sabores no se los encuentran ni en sueños), pero la sorpresa fue un grupo medio italiano, medio, quizás ingles, en donde una de ellas, sin saber bien que cosa elegir, decidió ir por lo seguro, y en una trattoria etrusca, decidió pedir una ensalada de tomates y un plato de papas fritas..! Con Max nos repetíamos, eso es no saber comer!! Para qué entrar en un lugar donde la propuesta se basa en la comida de verdad, y comportarte como si estuvieras dentro un Mac Donalds!



Antes de partir saludamos al mas original de los habitantes de Orvieto, donde nos prometimos volver llevando quizas a Nico y Dor, cuando decidan visitarnos!
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