Monday, February 20, 2006
posted by marquiroga at 4:25 AM

Se dice por ahí que los viajes siempre te abren la cabeza, y a ese dicho me remonto cuando pienso dónde se generó la "pulga" que me provocó las ganas de viajar.

Cuando en julio del 2001 volví a Córdoba después de casi dos meses de "estudio" y viajes entre Nueva York y Los Angeles, me traje, además de las experiencias vividas, la convicción de que en Argentina no quería estar más. Durante meses me preparé silenciosamente para una partida definitiva, hasta que en diciembre la realidad me hizo pensar que era casi imposible. Pero sólo "casi", porque creo que el destino ya estaba marcado: a fines de febrero, y de frente al inminente viaje de mi mejor amiga a Italia recibí de ella el empujón y la locura que me faltaban: "nos vamos juntas, yo te ayudo con lo que necesites, y después me vuelvo y vos te quedás". Creo que no lo pensé dos veces, y en sólo siete días dejé el trabajo, la casa de mis viejos, los amigos, y estaba arriba de un avión camino a Roma.

En esa semana recibí muchísimas palabras de aliento, tantas como otras que decían "dentro de no más de seis meses estarás de regreso con el rabo entre las piernas".
Sabía que Roma era el destino inicial, y decía no sólo a quienes me preguntaban sino también a mí misma, que no sabía cuál era el destino final, que ése estaría determinado por el viento. Y el viento me trajo y me dejó acá, en Roma, quizás porque me sentí como en casa desde que puse el pie en el aeropuerto, quizás porque conocí a Massimo con quien comparto la vida casi desde ese momento.

En estos cuatro años (que se cumplen el 6 de marzo) hubo cambios que disfruté, otros que sufrí, otras cosas que casi no sentí y algunas que me hacen reír o me sorprenden.

Entre las cosas que disfruté está obviamente el hecho de vivir en una ciudad como Roma, con historia por donde la mires, monumentos, rinconcitos en donde podés sentirte fuera del espacio y el tiempo, una ciudad que todavía hoy me provoca shocks cuando paso de noche por el Coliseo o por el Pantheon y los veo mágicos y solitarios. Otra fue lo que llamo "la explosión de los sabores", porque debo confesar que fue en Italia donde descubrí muchos cosquilleos de paladar, ¡una berenjena explotada a la enésima potencia!

Lo que sufro es poco y tiene que ver con el desarrollo de las relaciones humanas. En los primeros años no me daba cuenta de esto, pero después de un tiempo las diferencias se ven. Desde el momento inicial de conocer a una persona en un ámbito informal se marcan las distancias. El beso es casi un atrevimiento no permitido (aunque en muchos casos yo me lo permito) y el estilo y la costumbre es siempre extender la mano, como un símbolo de "estoy" con un "pero". Desde ahí, la distancia existe siempre, tanto que en cuatro años no alcancé nunca a tener relaciones de amistad del tipo de las que en Argentina nacían en pocos meses.

No sentí un cambio de las típicas cosas latinas: la desorganización, el caos, la excesiva burocracia que te lleva de un lado a otro para obtener un papelito insignificante, el tráfico, la corrupción, las mentiras de los políticos. En estas cosas, Italia se parece muchísimo a Argentina.

Pero lo mejor son las cosas que me hacen reír: ¡bajé del avión con un título terciario y me convertí en Doctora! Es increíble la importancia de tener un título en Italia, tanto que son todos Doctores, aún aquellos como yo con una simple licenciatura.
Otra son las reuniones entre amigos, que no se conciben sin una mesa llena de cosas para comer. ¿Donde está el encontrarte con tu grupo con sólo un mate de por medio? Acá eso no existe: si te ves con alguien volvés a casa con la panza llena.

De Italia agradezco el haber tenido la posibilidad -por primera vez en mi vida- de un trabajo con aportes, una seguridad que Argentina no me dio después de pelear por casi 10 años. Agradezco el sol, el mar, las montañas, este país con miles de paisajes y miles de costumbres.

De volver a Argentina, hasta hace un tiempo la respuesta era un "no absoluto". Ahora no estoy segura, a veces agradezco estar lejos y no sentir el dolor que provoca tu país como un pellizco constante en la piel. Vivo el dolor de la política italiana, pero desde afuera, no como protagonista sino como espectadora, y por ahora lo prefiero así.

Llegué acá sin pasaporte europeo (y sin condiciones para pedirlo), sin hablar italiano, sin la seguridad de un trabajo, sin conocidos seguros (aunque al final terminé envuelta en una familia que era una garantía) y con sólo 700 dólares en el bolsillo. Lo único de lo cual estaba segura de tener eran las ganas de trabajar, arremangándome sin problemas y dispuesta, si era necesario, a cargar cajas en un depósito... Y creo que ahí está la falla de tantos de los argentinos que emigran: el hecho de poseer pasaporte europeo implica (para algunos) la idea de llegar acá y pensar que ocuparán un puesto de mayor importancia del que dejaron en Argentina, y justamente por eso, muchos vuelven con la cabeza baja y una gran desilusión”.

Todo esto, junto con otra historia immigrada mas, en 30 Noticias.
Gracias Carolina, por buscarnos y seguirnos.

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